Hace un año que el compañero Gabriel Pombo Da Silva fue trasladado al centro penitenciario de Topas (Salamanca). Ahí continúa resistiendo a la dura experiencia de la privación de libertad (después de haber pasado ya más de 30 años trás las rejas), así como a los distintos dispositivos que la administración penitenciaria no para de perfeccionar como mejor conviene a sus intereses y los de sus patrocinadores.
La prisión de Topas fue creada en el marco del programa de construcción de 20 macrocárceles promulgadas al inicio de los años 90 por el gobierno del PSOE de Felipe González. En la misma época, el siniestro y socialista director de Instituciones Penitenciarias, Antoni Asunción, introdujo la directiva interna que administraba los regímenes FIES.
La prisión de Topas tiene pues, las características de estas nuevas fábricas de encarcelamiento en masa – en España el número de personas presas se ha doblado en 20 años, pasando a grosso modo de 35.000 en 1991 a 70.000 en 2011.
Uno de los criterios de esta modernización ha consistido en alejar los centros penitenciarios de los núcleos urbanos, el de Topas fue construido en campo raso. Esto responde a varios objetivos: esconder lo más posible estos lugares de miseria; separar más aún a las personas encarceladas de sus allegados, obligándoles a recorrer largos kilómetros. Por suerte (¿!),contrariamente a la mayor parte de las otras cárceles, Topas se encuentra al borde de una carretera nacional comunicada por una línea de bus, un «lujo» que permite evitar el castigo colectivo de costosos trayectos o marcha forzada.
Este alejamiento está igualmente destinado a reducir las manifestaciones de solidaridad en los barrios como las que pudieron existir en el pasado, especialmente cuando hubo movimientos en el interior de las prisiones, así como convertir las fugas en extremadamente difíciles.
El programa de nuevos establecimientos penitenciarios vino así a responder a las oleadas de luchas, motines y fugas que han regularmente sacudido las prisiones españolas desde los años 70 hasta los 90. Reuniendo en su seno a distintos tipos de reclusión (preventivos, cumplimiento, largas condenas etc.), se trata de prisiones de máxima seguridad, equipadas entre otras cosas de puertas automáticas, sistemas de control informatizados cada vez más sofisticados y una multitud de dispositivos de alta tecnología.
La talla y la arquitectura de estas prisiones, permiten encerrar en cada una de ellas a más de un millar de prisioneros/as, separándolas según el grado de las necesidades y de las experimentaciones de la gestión carcelaria. En efecto, éstas son divididas en distintos edificios autónomos los unos de los otros con su propio patio, sus locutorios, su economato… Dado que todo tipo de encuentros entre los presos/as de los distintos módulos son cuidadosamente evitados, ellas no tienen sino unos pocos medios para saber qué ocurre en el resto de la reclusión, lo que reduce otro tanto las posibilidades de luchas, así como de motines de cierto alcance. Para impedir todo «reagrupamiento peligroso» es muy fácil mover a un prisionero/a de un edificio a otro sin necesidad de recurrir al traslado a otra prisión – incluso si la dispersión sigue siendo un medio eficaz de castigar a los presos/as y a su gente cercana.
Después de cinco traslados desde su llegada a España, Gabriel ha podido ya descubrir 5 módulos internos diferentes en Topas.
Esta organización que reside a la vez en la masificación y la atomización contribuye así a perseguir la guerra sucia rompiendo los lazos de solidaridad o fomentando rivalidades y problemas en un contexto de miseria afectiva y económica.
Para añadir una capa más en la penuria y la consiguiente carrera por la supervivencia, el último hallazgo reciente de Topas ha consistido en inventar una nueva normativa que reduce las posibilidades de envío de peculio a dos al mes, únicamente efectuados por los familiares o el abogado.
Paralelamente al nuevo modelo arquitectónico, se ha desarrollado también el concepto moderno de tratamiento científico de los prisionero/as. Cobayas modernas, ellas son clasificadas según una interminable lista de regímenes, grados y fases. Este encasillamiento que pretende ser extremadamente minucioso, está efectuado por todo un panel de especialistas (los llamados «equipos técnicos» u «ólogos» como ironiza Gabriel quien rechaza someterse a su examen: psicólogos, sociólogos, pedagogos y otros trabajadores sociales…) según criterios esencialmente comportamentales y disciplinarios. Lo que lleva el suave nombre de «tratamiento individualizado» equivale a escrutar con lupa el comportamiento de cada prisionero/a para establecer su perfil y el tratamiento a aplicarle. En términos menos escogidos, se trata de tocar donde más duele- sabiendo que esta burocracia es además determinante para los permisos de salida y la condicional. Todo esto pasa evidentemente por la constitución de enormes bases de datos y por un control muy estrecho.
Más allá de los interrogatorios regulares previstos por estos batallones de expertos, la vigilancia cotidiana está asegurada por distintos medios: el sistema de cámaras omnipresentes y los informes de incidentes distribuidos por los carceleros son por desgracia a menudo secundados por el control del resto de presos/as. Los módulos llamados de «máximo respeto» supuestamente de «vida en común» son un ejemplo extremo de esta co-gestión. Los prisionero/as que entran en ellos, se comprometen por contrato a respetar y a hacer respetar a lo/as otro/as no solamente el reglamento penitenciario, sino también, como extra, un código de buena conducta elaborado por la misma división. Bajo la apariencia de asambleas de balance, ello/as participan activamente en su propio encierro y en el reino del chivateo que tiene tendencia a generalizarse ampliamente, se trata sin duda de la tan alabada reinserción…
Por supuesto, el conjunto del sistema funciona bajo la estrategia del palo y la zanahoria: recompensa para aquello/as que de distintas formas dan pruebas de su buena voluntad a ojos de la administración penitenciaria, mientras que los regímenes cerrados, el aislamiento y la mayor parte del FIES están destinados a castigar a lo/as prisioneras más «conflictivas» y vienen a ratificar los diagnósticos o pronósticos de peligrosidad social.
El FIES 3 esperaba a las compañeras Francisco y Mónica desde su encarcelación. Gabriel por su parte fue clasificado en FIES 5 mientras se encontraba en A Lama, y esta decisión ha sido renovada varias veces por la administración de Topas. También considerada como rebelde, Noelia Cotelo acaba de llegar a su vez a Topas, donde fue inmediatamente puesta en la galería de aislamiento y sigue clasificada en FIES 5. Entre otras medidas especiales, esto implica concretamente que todas las comunicaciones escritas u orales son leídas, fotocopiadas, escuchadas y grabadas y que ellas pueden ser censuradas bajo criterios bastante vagos de «contenido subversivo» o de «atentado a la seguridad o al buen funcionamiento de la prisión». En este caso, es casi la totalidad de las publicaciones de carácter anarquista destinadas al compañero que son retenidas, e incluso cuando éstas responden al criterio obligatorio y ya selectivo de llevar ISBN y pie de imprenta. Por esto él pide que no se añadan las cartas a este tipo de envíos dado que son enteramente rechazados. Su correspondencia está también sometida a la limitación de enviar como máximo 2 cartas por semana, sin contar con los retrasos o las desapariciones «inexplicables» de correos, sin duda para taparle la boca y aislarlo más aún.
Al recurso enviado por Gabriel, el juez de vigilancia de la región contestó confirmando su clasificación en FIES, con esta frase que no carece de gracia: «resulta de los informes recibidos y del contenido de las intervenciones de las comunicaciones que se le vienen haciendo desde que se encuentra en el C.P donde sigue manteniendo una lucha anarquista y antisistema contra el régimen y las instituciones, alentando a sus allegados y a sus amigos a la lucha». Esto dice mucho sobre lo que el Estado exige del compañero: renunciar a lo que piensa y a lo que es; el hostigamiento y el juego sucio incluso con su fecha de salida de prisión (los recursos jurídicos están todavía en curso) apuntan sin duda a esto y obviamente no lo han conseguido.
El funcionamiento y la función de la prisión nos vienen a recordar otra vez más que ésta es el reflejo más denso de la sociedad que la produce y la necesita. Desde el más bajo al más alto de los escalones, los engranajes que aseguran el mantenimiento de las instituciones y del orden establecido, necesitan y exigen la sumisión del mayor número posible. Se trata de romper los individuos y de erradicar las posibilidades de lucha. El consentimiento puede ser comprado a golpe de puntos positivos y negativos, de migajas, de drogas legales e ilegales o intentar ser arrancado por la violencia más directa, pues todos los medios valen para los poderosos, demócratas o no.
La «humanización» de las cárceles vendida por el poder y por la propaganda mediática esconde, en realidad, el intento de despersonalización y de desposesión total, tal como su pretendida «paz social» que no es nada más que una guerra más o menos larvada.
Dentro como fuera, son estos engranajes los que hay que romper, así como todas las cadenas que nos atan, físicas, psicológicas y tecnológicas… Solo a través de la rebelión y la lucha podremos acabar con las relaciones basadas en la dominación y cumplir nuestros deseos de libertad.
¡Abajo la sociedad carcelaria, el Estado y toda autoridad!
Agosto 2015, anarquistas solidarias.
Para escribir al compañero Gabriel Pombo Da Silva
CP Topas-Salamanca
Ctra. N-630, Km 314
37799 Topas (Salamanca)
España